Llueve, en Buenos Aires comienza un día gris. Estoy sentada frente a la Puerta 4 del Aeropuerto Internacional de Ezeiza, todavía tengo una hora y media de espera antes de abordar el avión que después de unas cuantas horas me va a dejar en Mexico DF. Anoche me olvidé de ver Capusoto.
Por fin terminó un largo mes de despedidas, la juntada de anoche en lo de Ro con la gente que quiero de La Plata (y Caro que se vieno de Capital) cerró ese tiempo, aunque los mensajes y llamadas a las 5 de la mañana (a las 5,40 me pasó a buscar la combi y el celular quedó en La Plata) vinieron bien y por último, Rodri y Caro con cara de querer volver a la cama rápidamente en la puerta del edificio mientras me subía a la combi hicieron que la partida fuera muy poco drámatica (yo quería que lloren y corran atrás de la camioneta a convencerme que me quede, pero no pasó).
Ya esta, empezó el viaje “de en serio”, con gente nueva, lugares desconocidos y los sentidos atentos.
Me tomo el último sorbo de tesito argentino que traje en el termo para acompañar unas frutigran que tienen sabor a lindos recuerdos (mañanas y tardes en la casa de los/as chicos/as, caminatas a la montaña, vacaciones en el Fiat Uno, picnics y tardes de esqui).
Se termina Aznar en mi mp3 y empieza la música de Amelia “It’s time to travel”, un tema para ponerse las pilas y la mochila al hombro.
Un señor con claro acento mexicano interrumpe mis pensamientos para pedirme que le mire el equipaje de mano mientras va al baño. Me extraña, no creí que todavía hubiera gente que le pida eso a una desconocida en un aeropuerto enorme.
Le digo que no se haga problema y el pequeño acto de confianza renueva mi fe en la especie humana.
Pasan diez, quince, minutos y me empiezo a preocupar.
Al rato yo también quiero ir al baño, pero no puedo moverme con mi mochila y todas las cosas que dejo el buen hombre.
Se acerca la hora de embarcar y quiero hacer pis antes de subir al avión.
Me acerco al mostrador de la Puerta 4 y le explico la situación a la empleada de Mexicana de Aviación con la intensión que me releve por unos minutos en mi rol de cuidadora.
En cambio, pone cara de preocupación y me dice “No tenés que recibir nada de nadie ¿no lo sabés? Avisale a alguien de seguridad!”
A esta altura me olvido de las ganas de hacer pis y me empiezo a cagar en las patas, además la pregunta ¿no lo sabés? De la empleada, con tono de cuántas veces te lo dije, me hace sentir una tarada.
No hay nadie de seguridad a la vista y cada vez estoy más intranquila, porque el hasta hace un rato buen hombre, se convirtió en el tono de voz de la empleada en sospechoso de terrorismo internacional, y tampoco esta a la vista.
Diez minutos después, en los que me imaginé acusada de portación y tráfico de todo lo que se puedan imaginar, y sin ningún guardia de seguridad en la zona, aparece el mexicano en su condición de buen hombre pidiendo disculpas por la demora, se quedó mirando regalos para sus hijos en el free shop.
Acepto las disculpas e interrumpo la conversación anunciando que voy al baño. El buen hombre se ofrece a cuidar mi mochila en mi ausencia. Agradezco su oferta, pero voy al baño con la mochila en mi espalda, que no es tan pesada como el miedo de unos minutos atrás.
Por fin terminó un largo mes de despedidas, la juntada de anoche en lo de Ro con la gente que quiero de La Plata (y Caro que se vieno de Capital) cerró ese tiempo, aunque los mensajes y llamadas a las 5 de la mañana (a las 5,40 me pasó a buscar la combi y el celular quedó en La Plata) vinieron bien y por último, Rodri y Caro con cara de querer volver a la cama rápidamente en la puerta del edificio mientras me subía a la combi hicieron que la partida fuera muy poco drámatica (yo quería que lloren y corran atrás de la camioneta a convencerme que me quede, pero no pasó).
Ya esta, empezó el viaje “de en serio”, con gente nueva, lugares desconocidos y los sentidos atentos.
Me tomo el último sorbo de tesito argentino que traje en el termo para acompañar unas frutigran que tienen sabor a lindos recuerdos (mañanas y tardes en la casa de los/as chicos/as, caminatas a la montaña, vacaciones en el Fiat Uno, picnics y tardes de esqui).
Se termina Aznar en mi mp3 y empieza la música de Amelia “It’s time to travel”, un tema para ponerse las pilas y la mochila al hombro.
Un señor con claro acento mexicano interrumpe mis pensamientos para pedirme que le mire el equipaje de mano mientras va al baño. Me extraña, no creí que todavía hubiera gente que le pida eso a una desconocida en un aeropuerto enorme.
Le digo que no se haga problema y el pequeño acto de confianza renueva mi fe en la especie humana.
Pasan diez, quince, minutos y me empiezo a preocupar.
Al rato yo también quiero ir al baño, pero no puedo moverme con mi mochila y todas las cosas que dejo el buen hombre.
Se acerca la hora de embarcar y quiero hacer pis antes de subir al avión.
Me acerco al mostrador de la Puerta 4 y le explico la situación a la empleada de Mexicana de Aviación con la intensión que me releve por unos minutos en mi rol de cuidadora.
En cambio, pone cara de preocupación y me dice “No tenés que recibir nada de nadie ¿no lo sabés? Avisale a alguien de seguridad!”
A esta altura me olvido de las ganas de hacer pis y me empiezo a cagar en las patas, además la pregunta ¿no lo sabés? De la empleada, con tono de cuántas veces te lo dije, me hace sentir una tarada.
No hay nadie de seguridad a la vista y cada vez estoy más intranquila, porque el hasta hace un rato buen hombre, se convirtió en el tono de voz de la empleada en sospechoso de terrorismo internacional, y tampoco esta a la vista.
Diez minutos después, en los que me imaginé acusada de portación y tráfico de todo lo que se puedan imaginar, y sin ningún guardia de seguridad en la zona, aparece el mexicano en su condición de buen hombre pidiendo disculpas por la demora, se quedó mirando regalos para sus hijos en el free shop.
Acepto las disculpas e interrumpo la conversación anunciando que voy al baño. El buen hombre se ofrece a cuidar mi mochila en mi ausencia. Agradezco su oferta, pero voy al baño con la mochila en mi espalda, que no es tan pesada como el miedo de unos minutos atrás.
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